Aprendí contigo tantas cosas. ¡Oh, tantas cosas aprendí conmigo! Sobre mí, más que de nosotros. Fue desde el inicio un baile egoísta, donde yo dictaminaba los pasos y tu te limitabas a escucharme.
Y en los besos, hubo pasión… la pasión de dos cuerpos que se calientan el uno al otro, pero también hubo desdén. No sabría decirte cuál de las dos fue victoriosa. ¿Y en el medio? Tú.
Te odié muchas veces, ¿sabes? No me atrevo a decir que no te diste cuenta y no quiero pensar que lo sabías.
Hice tan poco por halagarte. Tan poco por hacerte feliz. No hubo el más mínimo esfuerzo. Y ahora comprendo que no se le puede pedir latidos a una piedra. (¿Tenía una piedra en el pecho?) ¡Divago! No te sorprende.
Confieso que nunca te sentí mío. Nunca pude responder la pregunta tantas veces hecha. Siempre eludía el pensar en la respuesta, más aún, tener que externarla, escucharla, digerirla… entenderla. Rehuí por mucho tiempo su sombra, pero, la verdad nunca se queda en la oscuridad y tuve que hacer de sus dos letras mí barca, para así zarpar de tu vida.
Entonces me fui. Caminé lejos, lejos, recordando cada pétalo transparente que brotaba de tus ojos. Y caminé. Seguí caminando, sin mirar atrás.